sábado, 3 de noviembre de 2012

HISTORIA DE LAS MONJAS PAJILLERAS HISPANOAMERICANAS

Basada en una historia que me envió un buen amigo, experto en el tema. Nada que ver con la Pajin. Tal vez si fue una inspiración de "Pantaleón y las visitadoras", la escandalosa, realista y conocida novela de Mario Vargas Llosa. Os cuento: 

Cuerpo de Pajilleras del Hospicio de San Juan de Dios, de Málaga Una historia verdadera y  realmente increible... Éra Diciembre de 1840. España. Último año de la  Primera Guerra Carlista. Soldados muertos y heridos por doquier. Triunfo del bando "liberal" de los seguidores de Isabel II. Su Ilustrísima Excelencia el Obispo de Andalucía,  mediante singular "dispensa" se autorizaba la creación  del Cuerpo de Pajilleras del Hospicio de San Juan de Dios, de Málaga.




Las pajilleras de la caridad (como se las empezó a denominar en toda la península) eran mujeres que, sin importar su aspecto físico o edad, prestaban consuelo con maniobras de masturbación a los numerosos soldados heridos en las batallas de la reciente guerra carlista española.


La autora de tan peculiar idea, había sido la Hermana Sor Ethel Sifuentes, una religiosa de cuarenta y cinco años que cumplía funciones de enfermera en el ya mencionado Hospicio. Sor Ethel había notado el mal talante, la ansiedad y la atmósfera saturada de testosterona en el pabellón de heridos del hospital. Decidió entonces poner manos a la obra y comenzó junto a algunas hermanas a "pajillear" a los robustos y viriles soldados sin hacer distingos de grado.


Desde entonces, tanto a soldados como a oficiales, les tocaba su "pajilla" diaria. Los resultados fueron inmediatos. El clima emocional cambió radicalmente en el pabellón y los temperamentales hombres de armas volvieron a departir cortésmente entre sí, aún cuando en muchos casos, hubiesen militado en bandos opuestos.


Al núcleo fundacional de hermanitas pajilleras, se sumaron voluntarias seculares, atraídas por el deseo de prestar tan abnegado servicio. A estas voluntarias, se les impuso (a fin de resguardar el pudor y las buenas costumbres) el uso estricto de un uniforme: una holgada hopalanda que ocultaba las formas femeniles y un velo de lino que embozaba el rostro.


El éxito rotundo, se tradujo en la proliferación de diversos cuerpos de pajilleras por todo el territorio nacional, agrupadas bajo distintas asociaciones y modalidades. Surgieron de esta suerte, el Cuerpo de Pajilleras de La Reina, Las Pajilleras del Socorro de Huelva, Las Esclavas de la Pajilla del Corazón de María y ya entrado el siglo XX, las Pajilleras de la Pasionaria que tanto auxilio habrían de brindarle a las tropas de la República. (ilustración tomada del manual de la orden de Huelva) 


En América latina, rara vez ajena a las modas metropolitanas, las pajilleras tuvieron también sus momentos de gloria. Durante la guerra civil mexicana, grandísimos auxilios brindaron a las tropas de todos los bandos, las Hermanas de la Consolación, organización laica (aunque cercana a la Iglesia) que ofrecieron la fatiga de sus muñecas para calmar los viriles ímpetus. Estas hermanitas recibieron pronto distintos y soeces apelativos, fruto del inagotable ingenio popular, tales como las mamacitas o las ordeñadoras.


De México la costumbre pasó a las Antillas, en donde tuvieron particular éxito las “sobagüevo” (de veras) dominicanas, todas ellas matronas sexagenarias que habían elegido ocupar sus tardes en esta peculiar forma de servicio social.


El último lugar en América donde hicieron fortuna estas abnegadas damas, fue el Brasil. Allí la columna Prestes fue acompañada en su marcha por una trouppe reducida pero eficiente de damitas paulistas –llamadas beixapau- aunque solamente se valían de ágiles movimientos de sus manos, conjuraban la melancolía de los soldados.



 Diversas fuentes orales a orillas del Paraná comentan que en el villorrio conocido en el siglo XIX como Pago de los Arroyos hubo un pequeño agrupamiento dedicado durante algunas décadas a esa actividad. Eran conocidas como las Hijas de Nuestra Señora del Asunto Encarnado", en referencia y dudoso homenaje póstumo a su anciana fundadora, fallecida con las manos en la masa, junto a un soldado, en su día de descanso.

La costumbre desapareció tras la segunda guerra mundial y hasta la fecha se desconoce la existencia de otras congregaciones. AQUÍ NO HAY NI BROMAS NI EXAGERACIÓN NI AGREGADOS NI ENMIENDAS. TODO LO DICHO ES HISTORIA ESCRITA. Esto que usted ha leído es rigurosamente cierto... Si cree que es escandaloso, pues, vaya a las fuentes de la información que están en el Archivo de Indias en Sevilla y lea  esta curiosa e increíble historia, que da para reflexionar sobre esas páginas de la Historia no dadas a conocer. 



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